jueves, 8 de agosto de 2013

Jaisalmer

Este es nuestro estado lamentable a las 8a.m después de haber pateado la ciudad, haberse metido en un autobús del diablo y haber dormido a la intemperie. Hoy sí que no sé si nos observan por eso o sólo por occidentales, como es habitual.

Pero vayamos por partes.

Amanecimos en Jaisalmer en una habitación al más puro estilo del desierto, la mejor hasta ahora. La noche anterior, después de nuestra llegada, habíamos cenado en la terraza del hotel, con vistas a la fortaleza que preside la ciudad.

Salimos del hotel por la mañana y nos dirigimos directamente al fuerte, el cual resultó estar a menos de 5 minutos caminando, pero durante este tiempo de paseo descubrimos las técnicas de marketing propias de este país.

Dentro del fuerte que Luis define como "precioso, en tonos tierra y ocres y bastante limpio" viven unas 4000 personas que deben vivir en su mayoría de vender ropas del desierto y demás souvenirs principalmente a turistas. Caímos en la tentación y ahora mismo vamos vestidos como auténticos indios del desierto, al menos de cintura para abajo.

Quien más ropa nos consiguió colocar fue un indio que hablaba bastante bien español, según él aprendido sólo de hablar a los turistas, que nos recibió soltando una retahíla de ciudades españolas que ni yo mismo habría sido capaz de recitar a esa velocidad. Nos despedimos del cabronazo, que pareció ser su palabra favorita, y seguimos nuestro paseo por el fuerte.

El resto de la mañana conocimos a una india activista de los derechos de las mujeres, que decía estar inspirada por la actitud de nuestras mujeres blancas. 
Nos perdimos por las almenas del fuerte en un camino sin salida, conocimos a un par de grupos de españoles, caminamos, hicimos fotos, sorteamos vacas, hablamos con la gente y nos llevaron a un restaurante en una terraza desde la que se veía toda la ciudad. Es comprensible que la llamen Golden City. La comida de este día para mí no entra entre mis favoritas del viaje, un arroz raro que no sabría describir... Lo que sí conseguimos fue averiguar el nombre de la película que casi rodamos el día anterior, "Shud Desi Romance", que se estrena el 6 de septiembre así que habrá que ir todos al cine.

A nuestra vuelta al hotel nos recogió un jeep para llevarnos a Khuri, donde se iba a desarrollar nuestro paseo en camello por el desierto.
Nos las prometíamos muy felices cuando de repente el jeep se paró y nos soltó en una estación de autobuses y nos lanzaron a nuestra suerte al interior de un autobús. Oh qué espectáculo. A cada uno nos sentaron en una punta del bus donde buenamente se pudo. Se trataba de una caja de metal con cuatro ruedas con bidones de gasolina en los pasillos y de gente hasta arriba. Al principio, cuando parecía que no cabía un alma más entraban diez más y cuando parecía que ya sí que no podían entrar más, se subían al tejado del autobús hasta que había casi tanta gente dentro como colgada del autobús por fuera. Jorge y sujeto 0 tuvieron medio suerte y les tocaron sitios en los que tenían incluso hasta con quien hablar en interactuar. Luis y yo, él en primera fila y yo en última tuvimos la suerte de compartir asientos con gente con mucho sueño que no dudaban ni por un momento en tumbarse encima de ti para dormir cómodamente. Un placer. Como colofón, casi llegando a nuestro destino, un jefe de una tribu que daba órdenes a diestro y siniestro a grito pelado todo el viaje decidió encenderse un cigarrito y fumárselo con total naturalidad sobre uno de los bidones de gasolina. Cerré los ojos, recé todo lo que supe y llegamos a nuestra parada.

En el lugar de nuestro safari nos recibieron muy amablemente con un té indio y cuando por fin se nos unió también un grupo de londinenses nos dirigimos a nuestros camellos.

El paseo a camello por las dunas fue una pasada. Da bastante sensación cuando el camello se levanta, primero las patas traseras y después las de delante. Cada camello iba guiado por un niño que, aunque al principio no hablaban mucho, sujeto 0 y yo, aunque principalmente sujeto 0, conseguimos que aprendieran a decir bueno bonito barato casi con perfección, y así pasamos por el desierto, recitando y cantando la frasecilla y observando el desierto que nos rodeaba. 


Ya de vuelta en el poblado, la cena estaba preparada y nos situaron a todos en torno a una hoguera apagada. Mientras cenábamos, un grupo de locales tocaban música y hacían unos bailes, nosotros disfrutamos de la cena y aprovechamos también para pegarnos una ducha fugaz para quitar los kilos de arena que llevábamos pegados al cuerpo.

Por fin llegó la hora de decidir dónde dormir, dunas o poblado, poblado o dunas... El hecho de que no hubiera serpientes decantó la decisión. Todos a dormir a la intemperie en el desierto.
Un hombre muy peculiar nos montó en una carreta tirada por un camello en la que también iban nuestras camas. El animal iba cargando con una carreta con cinco personas y cinco camas con sus respectivos colchones. Era ya noche cerrada así que la única luz que teníamos era la de la linterna del hombre y la de las estrellas.

Nos montamos las camas en el desierto y ya sin ninguna luz más que la de la inmensodad de estrellas que se podían contemplar, al rato nos dormimos.

Yo pasé bastante buena noche pero sí es verdad que hacia mitad de la misma se levantó un viento que nos hizo tragar bastante arena. De bichos y demás alimañas, ni rastro.

El amanecer en el desierto recuerda mucho a la película del Rey León, así que lo disfrutamos mientras cantábamos el Ciclo sin Fin. En determinado momento, Luis y yo quisimos coger a Pupas en lo alto, al estilo Simba, pero no se dejó, así que, por lógica aplastante, el resto de la historia ya tocará para otra entrada.

Seguiremos informando.


Aprovechamos también todos para felicitar al sr. Sáez desde estas tierras lejanas. Y que sean muchos más.

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